Durante unas horas, buena parte del país se quedó a oscuras. Un fallo técnico, un apagón que afectó a miles de hogares e instituciones. Las noticias hablaron del origen, de las zonas afectadas, de la rapidez con la que se restableció el servicio.
Pero, en medio del silencio que produce la falta de electricidad, hay otras preguntas que apenas se han planteado: ¿qué pasa cuándo se va la luz en un colegio? ¿En una residencia? ¿En una parroquia? ¿Estamos preparados para lo que ya no es tan improbable?
Y es que estos eventos, que todavía llamamos “extraordinarios”, cada vez lo son menos. No lo decimos como un augurio pesimista, sino como una constatación. Las DANAs, Filomenas, los fallos de red… se repiten con una frecuencia que debería hacernos reflexionar. No para alarmarnos, sino para tomar conciencia.
En contextos como los que acompañamos desde UMAS —centros educativos, residencias de mayores, parroquias, comunidades religiosas—, un apagón no es simplemente una molestia. Puede ser el origen de una cadena de dificultades que ponga en riesgo lo más valioso: el cuidado de las personas.
Cuando la normalidad se apaga
Pensemos, por ejemplo, en un colegio. Todo parece seguir su curso: los niños entran en clase, los profesores encienden sus pizarras digitales, los comedores comienzan a funcionar… hasta que, sin previo aviso, todo se apaga. No hay luz, no hay conexión, no hay sonido. ¿Y ahora?
La jornada lectiva queda interrumpida. Los contenidos que se imparten online no pueden continuar. Los equipos informáticos se apagan de golpe, con riesgo de pérdida de información. Las plataformas de comunicación con las familias dejan de funcionar. Y si el corte se produce justo antes de la comida, la situación se complica aún más: ¿cómo mantener la cadena de frío?, ¿cómo calentar los menús?, ¿cómo alimentar a decenas o cientos de alumnos?
Y luego están los detalles que, en circunstancias normales, pasan desapercibidos: el ascensor que ya no funciona y deja a un alumno con movilidad reducida sin poder desplazarse, la falta de calefacción o ventilación en aulas expuestas, la imposibilidad de usar los sistemas de alarma o megafonía ante una emergencia.
Es fácil pensar que “no fue para tanto” si el apagón dura apenas una hora. Pero también es fácil imaginar cuánto habría cambiado la historia si el corte se prolonga durante un día entero… o más.
Un riesgo silencioso en las residencias
En una residencia de mayores, los efectos de un apagón son aún más críticos. Aquí, muchas personas dependen de equipos eléctricos para cuestiones básicas: camas articuladas, grúas, dispositivos de oxigenoterapia. Cuando falla la corriente, lo que se detiene no es una clase… sino la capacidad de vivir con dignidad y seguridad.
La falta de luz en pasillos o baños multiplica el riesgo de caídas. La pérdida de refrigeración puede afectar a alimentos y medicación que deben conservarse a temperaturas específicas. Si no hay generador, en pocas horas se pierde la seguridad sanitaria.
Además, hay un impacto emocional que no siempre se considera: muchas personas mayores, especialmente las que padecen deterioro cognitivo, sufren confusión o ansiedad ante un cambio repentino en su entorno. La oscuridad, el silencio, la alteración de rutinas… pueden tener consecuencias profundas que no se miden en voltios.
Y, por supuesto, el corte de comunicaciones. ¿Cómo avisar a emergencias, a los familiares, al equipo directivo si no hay línea? ¿Qué pasa si el apagón ocurre de noche, con menos personal disponible?
En la parroquia también se nota
Las parroquias y comunidades religiosas, aunque no siempre lo parezca, también se ven profundamente afectadas por estos cortes. No solo porque muchas celebraciones litúrgicas dependen de sistemas de sonido, iluminación o proyección, sino porque también son espacios de acogida, de servicio, de actividad comunitaria.
Un apagón puede suspender una misa, sí. Pero también puede dejar inactivo un comedor social, interrumpir una catequesis, dañar un órgano eléctrico, estropear alimentos almacenados o desactivar una alarma de seguridad. Hay parroquias que sostienen gran parte de su labor caritativa gracias a estructuras que, sin electricidad, se detienen.
Lo que un apagón nos muestra
Estos ejemplos deberían servirnos como una llamada de atención. Porque cuando la luz vuelve, todo tiende a normalizarse. Pero lo cierto es que cada uno de estos eventos extraordinarios que estamos viviendo son una oportunidad. Nos recuerdan que nuestra actividad diaria depende de muchos factores que no controlamos. Y que, si no nos preparamos, podemos vernos desbordados en minutos.
La preparación no es una reacción exagerada. Es, simplemente, una forma de responsabilidad. Y, por eso, vale la pena preguntarnos hoy mismo: ¿qué podemos hacer para estar mejor preparados la próxima vez?
Diez pasos para prepararse mejor ante un apagón
Con objeto de responder esta pregunta, hemos preparado un pequeño decálogo práctico, pensado para colegios, parroquias o residencias que quieren pasar de la preocupación a la acción:
- Revisa tu póliza: asegúrate de que dispone de garantía de daños eléctricos y deterioro de alimentos en cámara frigorífica.
- Valora instalar un generador o sistemas SAI: sobre todo si tienes equipos médicos, servidores, cámaras frigoríficas o iluminación crítica.
- Define un protocolo de actuación: con responsables designados y pasos claros que todo el personal conozca y pueda seguir.
- Forma a tu equipo y haz simulacros: para que todos sepan cómo actuar, especialmente en horarios sensibles como noches o fines de semana.
- Instala luces de emergencia y ten linternas accesibles: en pasillos, escaleras, habitaciones, despachos. Asegúrate de que se revisan con regularidad.
- Guarda baterías externas para móviles: y considera otros medios de comunicación alternativa si falla la red habitual.
- Protege los equipos electrónicos: usa regletas con protección contra picos de tensión y revisa las instalaciones eléctricas.
- Controla la cadena de frío: ten termómetros con memoria y planifica cómo conservar alimentos y medicamentos sensibles.
- Clasifica actividades según su dependencia eléctrica: y prepara alternativas básicas que puedan funcionar sin luz (por ejemplo, celebraciones sencillas o menús fríos).
- No te conformes con “ya pasó”: convierte cada apagón en una oportunidad de mejora. La previsión no es lujo: es parte del servicio.
Hoy es el mejor momento
Si el apagón te pilló desprevenido, ahora es el momento de prepararte. Y si no te afectó directamente, mejor aún: puedes actuar antes de que ocurra.
La prevención no garantiza que no haya cortes, pero sí puede marcar la diferencia entre una interrupción asumible y una situación crítica. No hace falta esperar a la próxima alerta: cuidar hoy es también proteger el mañana. Porque lo más probable es que vuelva a pasar. Y porque tu misión —educar, cuidar, servir— no puede depender de la suerte. Depende de tu preparación.