Con el fin de curso llega uno de los momentos más críticos para la seguridad de los centros educativos. Las instalaciones quedan vacías, los pasillos en silencio, y los accesos menos vigilados. Esta aparente tranquilidad puede convertirse en una gran oportunidad para quienes buscan hacer daño: desde simples actos de vandalismo hasta robos organizados de material valioso.
Los datos lo confirman: en los últimos años, se han documentado múltiples casos de bandas organizadas que han centrado su actividad delictiva en centros escolares de distintas provincias españolas. Estos grupos no actúan al azar: analizan, se infiltran y ejecutan sus robos con alto grado de planificación.
Un ejemplo fue la llamada Operación Liceo, en la que la Guardia Civil desarticuló una red que actuaba en al menos seis provincias. Su modus operandi consistía en simular la necesidad de matricular a un hijo para acceder a los centros, estudiar sus medidas de seguridad y localizar objetos de valor. El botín superó los 130.000 euros.
Otra banda fue acusada de perpetrar 51 robos en colegios y empresas en zonas como Toledo, Salamanca, Soria, Madrid y Guadalajara. En un tercer caso, la Operación Marmaria, se detuvo a un grupo responsable de 35 robos en colegios e iglesias distribuidos por hasta once provincias. En todos estos casos, los delincuentes actuaban durante el día para identificar los centros más vulnerables.
El mensaje es claro: los centros educativos están en el punto de mira de grupos que estudian cuidadosamente dónde y cuándo actuar.
¿Qué puede hacer un centro escolar para protegerse durante el verano?
La buena noticia es que las escuelas no están indefensas. La prevención es clave, y un enfoque por capas puede marcar la diferencia. La idea es crear barreras progresivas que hagan cada vez más difícil el acceso para quien tiene intenciones delictivas. Imagina el colegio dividido en tres zonas: el perímetro exterior, el edificio y su interior.
Zona 1: El perímetro. La primera línea de defensa
Una valla resistente, bien mantenida y sin puntos vulnerables es la primera barrera frente a intrusos. Antes de cerrar por vacaciones, conviene revisar todo el perímetro, reparar agujeros o zonas deterioradas y asegurar que las puertas de entrada estén correctamente cerradas y con cerrojos adecuados.
La vegetación también juega un papel importante: cortar árboles o arbustos que bloqueen la visibilidad puede disuadir a quienes buscan operar sin ser vistos. En paralelo, el uso de pintura anti-trepado en muros o canalones puede añadir una dificultad extra para los intrusos.
La iluminación exterior es esencial. Las luces activadas por movimiento no solo exponen a quien se acerca, también provocan un efecto psicológico disuasorio. Combinar esta iluminación con cámaras de videovigilancia (CCTV) estratégicamente colocadas y con advertencias visibles es una de las inversiones más eficaces.
No hay que subestimar la ayuda del entorno. Animar a los vecinos a estar atentos, informar a los agentes de policía locales para que incluyan el centro en sus rondas o solicitar que vigilen la presencia de falsos contratistas, puede reforzar la seguridad desde fuera. Incluso pequeñas medidas como alejar los contenedores de basura del edificio —evitando que se usen para escalar o como foco de incendios— pueden marcar una gran diferencia.
Zona 2: El edificio. Cerrado por vacaciones, pero no desprotegido
El segundo nivel de protección está en los accesos al edificio. Hay que dificultar la entrada y minimizar el tiempo que un intruso pueda permanecer sin ser detectado.
Es fundamental saber qué personal tiene previsto entrar durante el verano. Si se programan tareas administrativas o de mantenimiento, conviene llevar un registro y asegurarse de que las puertas y ventanas se cierren bien tras cada visita.
El control de llaves es básico: deben registrarse todas las que se retiren y limitar su número.
Sistemas de alarma bien mantenidos y conectados a una central receptora pueden activar una respuesta inmediata en caso de intrusión. También deben revisarse los sistemas de detección de incendios, sobre todo si se realizan obras o se manipulan instalaciones eléctricas.
Si hay entregas programadas, lo mejor es que alguien esté presente. Nunca deben dejarse paquetes fuera del recinto.
En caso de obras, los materiales de los contratistas deben situarse lejos del edificio, y sus trabajadores deben portar acreditación visible. Los ladrones no siempre entran encapuchados: a veces se hacen pasar por técnicos, repartidores o padres de alumnos.
Zona 3: El interior. Protegiendo lo más valioso
Una vez dentro, los intrusos buscarán objetos con valor económico y fácil salida en el mercado: tecnología, instrumentos, maquinaria…
Por ello, tablets, portátiles, proyectores y pizarras digitales deben almacenarse fuera de la vista, en salas con cerraduras y protegidas por alarma. Todos los dispositivos deben tener contraseñas robustas, cifrado y marcaje invisible (como SmartWater), además de carteles que adviertan de ello.
Equipos como monitores o proyectores deben anclarse físicamente a mesas o soportes mediante cables antirrobo. El embalaje de nuevos equipos debe eliminarse rápidamente para no llamar la atención.
También conviene revisar el almacén de herramientas de jardinería o limpieza, que suelen tener buen valor de reventa y, a menudo, se dejan sin asegurar.
Si se alquilan espacios a terceros durante el verano —campamentos, actividades extraescolares o escuelas deportivas— es vital firmar acuerdos que garanticen supervisión continua, responsabilidad civil y compromiso con el mantenimiento de la seguridad.
Seguridad inteligente, no improvisada
La experiencia demuestra que los ladrones no improvisan. Planifican. Estudian. Evalúan. Entran donde ven oportunidades. La diferencia entre ser objetivo o no está, muchas veces, en mostrar un entorno vigilado y con obstáculos reales.
Los colegios deben realizar auditorías periódicas de seguridad con expertos que conozcan las particularidades del entorno educativo, mantener actualizado su plan de continuidad del negocio, registrar a las personas clave, etc.
Y aunque la seguridad nunca será absoluta, sí puede ser lo suficientemente disuasoria para que quien piense atacar… cambie de idea.
Y si, pese a todo, se produce un incidente, es tranquilizador saber que contar con una póliza adecuada puede marcar la diferencia. La cobertura de daños como robos, vandalismo o hurtos dependerá del tipo de seguro contratado, por lo que es fundamental diseñar bien las coberturas desde el inicio. Por eso es clave elegir una aseguradora que no solo indemnice, sino que acompañe a la escuela en todo el proceso: desde el asesoramiento para definir las coberturas más adecuadas, hasta la notificación y resolución del siniestro.
Conclusión: vacaciones sí, descuidos no
Las vacaciones son una pausa necesaria para alumnos y docentes. Pero no deben ser una oportunidad para quienes buscan hacer daño. Una escuela bien protegida es una comunidad más tranquila, un entorno más seguro para todos y un mensaje claro a quienes intenten vulnerarla: aquí no lo van a tener fácil.